Creación del Mundo

   En los Apéndices se narra la creación de todo el Universo de Krynn. Sin embargo, en libros posteriores, Weis y Hickman informan, en boca de un ogro irda, cómo todo fue creado (Digo realmente porque la última versión se supone es la buena). La historia es un poco larga, por lo que sugiero que grabes esta página.

   Según nuestros antepasados, los tres dioses tal como los conocemos ahora, Paladine, Takhisis y Gilean moraban juntos en el plano inmortal. Los tres eran hermanos, ya que habían nacido de Caos, padre del Todo y la Nada. Paladine, el hijo mayor, era concienzudo, responsable. Gilean, el mediano, era estudioso y contemplativo. Takhisis, la pequeña y la única hija, era, en cierto modo, la favorita. Era impaciente, ambiciosa y estaba aburrida. Quería poder, quería imponerse a los demás. Lo intentó pero no consiguió dominar a sus hermanos. Paladine era demasiado enérgico, y Gilean estaba demasiado abstraído. Por eso nosotros, los irdas, creemos que fue a instigación de Takhisis que el mundo de Krynn y toda la vida en este plano se crearon.
   Takhisis sabe ser encantadora y muy lista cuando se lo propone, y fue a sus hermanos mayores con la idea de crear un mundo y espíritus que lo habitaran. Con Paladine hizo hincapié en cómo estos espíritus traerían el orden a un universo que, de otra manera, seguiría siendo caótico. Hacía tiempo que a Paladine lo venía incomodando el hecho de que sus existencias no tuvieran propósito alguno, ningún significado. A él y a su consorte, Mishakal, les complació la idea de este cambio y dieron consentimiento.
   — Supongo que le habrás hablado a Padre sobre esto - dijo Paladine - y que habrás obtenido su permiso.
   — Por supuesto, mi querido hermano - contestó Takhisis.
   Paladine debería haber sabido que Takhisis mentía, pero estaba tan ansioso de poner orden en el universo que cerró los ojos a la verdad.
   Takhisis fue a ver a Gilean y le habló de las oportunidades para el estudio, una ocasión de ver cómo otros seres que no fueran ellos reaccionaban ante diferentes situaciones.
   A Gilean le resultó interesante esta idea. Al no tener consorte (no tenemos noticia de lo que ocurrió con ella), Gilean consultó con Zivilyn, un dios que venía de otro de los planos inmortales al que se le llamaba simplemente Más Allá. Se dice que Zivilyn existe en todos los planos y en todos los tiempos.
   Zivilyn miró delante y miró detrás. Miró a su izquierda y a su derecha. Miró arriba y miró abajo, y finalmente declaró la idea como buena.
   En consecuencia, Gilean aceptó.
   — Por supuesto, habrás mencionado este asunto a Padre - dijo Gilean como si se le hubiera ocurrido de pronto, sin siquiera alzar la vista de su libro.
   — Desde luego, mi querido hermano - contestó Takhisis.
   Gilean sabía que Takhisis mentía, ya que Zivilyn le había advertido que lo haría. Pero la oportunidad de obtener conocimientos era una tentación demasiado grande, así que Gilean cerró los ojos a la verdad.
   Habiendo obtenido el consentimiento de sus hermanos, Takhisis puso en marcha su plan.
   En Más Allá viví un dios llamado Reorx. No se sabe mucho sobre su pasado, aunque hay rumores de que alguna horrible tragedia lo había llevado a rehuir la compañía de otros inmortales. Vivía solo en su plano, en su forja, pasando el tiempo en crear cosas bellas y horrendas, maravillosas y terribles. La creación era su único placer. Ninguno de los objetos que creaba tenían utilidad y, una vez que estaban terminados, simplemente los arrojaba a un lado. Todavía los vemos, pues alguno cae de vez en cuando al suelo. Se conocen como estrellas fugaces.
   Takhisis fue a ver a Reorx y alabó sus creaciones.
   — Pero, ¡qué pena —dijo— que tengas que tirarlas! Tengo un plan en mente. Crearás algo que no te aburrirá, sino que te ofrecerá nuevos retos cada día de tu vida inmortal. Crearás un mundo y lo poblarás con espíritus a los que enseñarás todas las artes que conoces.
   La idea cultivó a Reorx. Por fin, su interminable creación tendría una utilidad, un beneficio. Aceptó de buena gana.
   — Habrás aclarado este asunto con Padre, ¿no? — preguntó a Takhisis.
   — No habría venido de no ser así — contestó ella.
   Reorx, sencillo y sin doblez, no tenía ni idea de que Takhisis estaba mintiendo.
   Los dioses se reunieron: Paladine, Mishakal y sus hijos; Gilean y su única hija natural, junto con sus hijos adoptivos; y Takhisis, su consorte, Sargonnas, y sus hijos. Reorx llegó, instaló su forja y, en medio de la oscura e interminable noche de Caos, colocó un trozo de metal fundido al rojo vivo y dio el primer golpe con su martillo.
   En ese momento, los dos hermanos fueron obligados a abrir los ojos.
   Takhisis no había consultado a Caos, Padre de Todo y de Nada. Consciente de que se opondría a su plan para poner orden en el Universo, había mantenido su plan deliberadamente en secreto para él. Y no cabe duda de que sus hermanos lo sabían.
   Caos podría haber destruido a sus hijos y a su juguete allí mismo, en ese instante, pero, como haría cualquier padre, decidió que sería mejor darles una lección.
   — Crearéis el orden, en efecto —tronó—, pero me ocuparé de que el orden engendre discordia, tanto entre vosotros como entre aquellos que habiten vuestro mundo.
   No se podía hacer nada para cambiar lo que había pasado. Las chispas que hizo saltar el martillo de Reorx ya se habían convertido en estrellas. La luz de las estrellas había dado vida a los espíritus vivientes. El propio Reorx forjó un mundo en el que estos espíritus pudieran morar.
   Y fue entonces cuando la maldición de Caos se puso de manifiesto.
   Takhisis quería que los recién creados espíritus estuvieran bajo su control a fin de dominarlos y obligarlos a hacer su voluntad. Paladine quería tener a los espíritus bajo su control con intención de criarlos y conducirlos por los caminos de la rectitud. Gilean no veía ventaja en ninguna de las dos opciones, en un sentido académico. Quería que los espíritus permanecieran libres para que pudieran elegir el camino que quisieran tomar. De ese modo, el mundo sería mucho más interesante.
   Los hermanos pelearon. Sus hijos y dioses de otros planos fueron arrastrados a la batalla. Empezó la Guerra de Todos los Santos.
   El padre de Todo y de Nada se rió, y escuchar su risa fue horrible.
   Finalmente, Paladine y Gilean se dieron cuenta de que la batalla podía destruir todo lo creado. Aliaron sus fuerzas contra su hermana y, aunque no alcanzaron una victoria completa, por fin la forzaron a llegar a un acuerdo. Ella accedió de mala gana a que los tres gobernaran el nuevo mundo juntos, manteniendo un equilibrio entre ellos. De este modo esperaban terminar con la maldición que su Padre, Caos, les había echado.
   Los tres dioses decidieron que cada uno de ellos regalaría a los espíritus unos dones que les permitirían vivir y prosperar en el mundo recién forjado.
   Paladine dio a los espíritus la necesidad de control. Así trabajarían para obtener control sobre su entorno y traer el orden al mundo.
   Takhisis dio a los espíritus ambición y deseo. Los espíritus no sólo controlarían el mundo, sino que constantemente buscarían mejorarlo... y mejorarse a sí mismos.
   Gilean les otorgó el don de la elección. Cada uno tendría libertad para tomar sus propias decisiones. Ningún dios poseería un poder absoluto.
   Todos estos dones eran buenos, ninguno malo... a menos que se llevaran a extremos. La necesidad de control, llevada a extremo, conduce al miedo por el cambio, la supresión de nuevas ideas, la intolerancia de cualquier cosa diferente.
   La ambición, llevada al extremo, conduce a la determinación de alcanzar el poder a toda costa, a la esclavitud. Los deseos pueden convertirse en obsesiones y llevar a la gula, la lujuria, la avaricia y la envidia.
   La libertad llevada hasta su extremo es anarquía.
   Los espíritus adquirieron forma física, brotando de la imaginación de los dioses. De la mente de Paladine surgieron los elfos, su raza ideal. Disfrutan controlando el mundo físico, dándole forma a su antojo. Viven largo tiempo y cambian poco.
   Takhisis imaginó una raza de criaturas de una belleza absoluta, todas tan ambiciosas y egoístas como ella misma. Éstos fueron los ogros y, al acrecentarse sus apetitos, su belleza se consumió, salvo el caso de los irdas. Pero son extraordinariamente fuertes y muy poderosos.
   Gilean imaginó la raza de los humanos. Tienen la vida más corta de todas, son los que cambian con más rapidez y los que con más facilidad se pasan de un bando a otro.
   El Padre, para su propia diversión y para incrementar la probabilidad de desorden, creó a los animales. Irritó mucho a sus hijos al otorgar ventajas a muchos de los animales; de todos ellos, los principales son los dragones, que poseen inteligencia, sabiduría, larga vida, magia, fuerza y armas formidables.
   Desde la llegada de los dragones a Krynn, las otras especies mortales han combatido contra ellos o se han esforzado para aliarse con ellos.
   Así tuvo lugar la creación del equilibrio en el mundo. Los elfos se consideraron a sí mismos la encarnación del Bien, mientras que los ogros eran la representación del Mal. Por llevar los humanos en su sangre todos los dones de los dioses —necesidad de ejercer control, ambición, deseos y libertad de elección para utilizar estos dones de modo beneficioso o perjudicial—, son los que avanzan velozmente sobre el tiempo, creando, cambiando, alterando, destruyendo. A esto se le llama progreso.
   Fue también durante esta época cuando la magia apareció en el mundo. Tres de los hijos de los dioses habían crecido juntos y habían estado inusualmente unidos: Solinari, hijo de Paladine y Mishakal; Nuitari, hijo de Takhisis y Sargonnas; y Lunitari, hija de Gilean. Todos los dioses poseen el poder de la magia, pero en estos tres ese poder estaba realzado por su amor a la magia y su dedicación a este arte. Esto creó un vínculo entre ellos, que tan distintos eran en otros aspectos.
   Cuando tuvo lugar la Guerra de Todos los Santos, estos tres estuvieron bajo una gran presión por parte de sus respectivos padres para que se unieran a uno u otro bando. Los tres primos temían que la guerra destruiría lo que más amaban: la magia. Hicieron el juramento de permanecer fieles a ella, leales entre sí, y abandonaron el panteón de los dioses. Asumieron forma mortal y caminaron por la faz de Krynn.
   Cada primo encontró un seguidor entre los mortales, y a ese seguidor cada uno de ellos le otorgó el don de la magia. Este don podía pasarse a otros mortales, y estos mortales podrían, en momentos de necesidad, invocar la ayuda de los tres dioses. Después los tres primos abandonaron Krynn, aunque permanecieron cerca, girando a su alrededor, en el firmamento, observando siempre con ojos abiertos a los mortales que utilizaban sus dones. Los mortales conocen a esos "ojos" como las tres lunas de Krynn: la plateada Solinari, la roja Lunitari y la invisible (salvo para sus seguidores) Nuitari.

   El nuevo mundo era joven y salvaje, como lo eran los espíritus de los mortales que lo habitaban. Los elfos trabajaban duro, sumisos, en su parte del mundo. Los ogros aprendían a adaptarse a la suya. Los humanos buscaban manipular y mejorar la suya. Reorx, el dios solitario, se ofreció a ayudarlos. Se dice que Reorx únicamente se siente feliz de verdad cuando se mezcla e interfiere en la vida de los mortales.
   Reorx enseñó a un grupo de humanos innumerables habilidades, en las que estaba incluida la técnica de forjar acero. Los elfos y los ogros codiciaban el metal, que ninguno de ellos sabía cómo fabricar. Fueron en busca de los humanos para comprar espadas, cuchillos, herramientas. Los humanos se sintieron inmensamente enorgullecidos de sus habilidades y empezaron a hacer alarde de ellas. Olvidaron, en su orgullo, honrar a Reorx, su maestro. Incluso lo rechazaron cuando el dios apareció entre ellos, y se rieron de él porque era mucho más bajo que ellos, ridiculizando su interés en el mismo arte con el que estaban obteniendo tanta riqueza.
   Enfurecido, Reorx maldijo a estos humanos. Les arrebató las habilidades que les había enseñado, dejándoles sólo el deseo de inventar, construir, fabricar. Decretó que estos humanos fueran bajos, ajados y ridiculizados por las otras razas. Los transformó en gnomos.
   Durante este tiempo, conocido como la Era de la Luz o del Albor, el equilibrio del mundo —que había sido relativamente estable— empezó a perturbarse. Los humanos, que ya no se contentaban con lo que tenían, empezaron a codiciar las posesiones de sus vecinos. Los ogros, incitados por Takhisis, ansiaban el poder. Los elfos querían que los dejaran en paz y solos, y estaban dispuestos a luchar por su aislamiento.
   Hiddukel fue uno de los dioses del Más Allá que Takhisis trajo a este plano para incrementar su dominio sobre los humanos. Hiddukel es un comerciante. Le encanta hacer tratos y trueques y es extremadamente bueno en ello. Vio el desequilibrio de la balanza un medio de acrecentar su propio poder. La guerra sería beneficiosa para los negocios, promovería el aumento de producción de armas, armaduras, alimento para los ejércitos, y así sucesivamente. Puesto que también era un traficante de las almas de los muertos, Hiddukel también veía un fabuloso beneficio en este campo.
   Con la esperanza de aumentar el tumulto, Hiddukel fue a ver a Chislev, diosa de las frondas y de la naturaleza, y, valiéndose de toda su persuasión, la convenció de que el conflicto estaba próximo.
   — Sólo es cuestión de tiempo antes de que estalle —dijo tristemente—. ¿Y cómo afectará al entorno? Bosques talados para hacer torres de asedio. Arbolillos convertidos en arcos y flechas. Campos arrasados o quemados. Tenemos que poner fin a este enfrentamiento entre las razas, de una vez por todas. Por bien de la naturaleza, desde luego.
   — ¿Y cuál es tu interés en todo esto? —demandó Chislev—. No puedo creer que te importe el bienestar de los conejitos.
   — Nadie da crédito a que yo tenga corazón —protestó Hiddukel.
   — Eso es porque resulta difícil verlo bajo la densa capa de tu untuosa palabrería —replicó Chislev.
   — Por si te interesa saberlo, la guerra sería extremadamente perturbadora para los mercados financieros. El precio del oro se hundiría, perdería prácticamente todo su valor. Los granjeros no pueden llevar sus productos a los mercados si los mercados están siendo invadidos. Y, además, me gustan mucho los conejitos.
   — En estofado, tal vez —Chislev suspiró—. Aun así, tienes razón. He visto la agitación creciente entre las razas, y también a mí me ha preocupado. He hablado con Gilean, ¡pero ya le conoces! Nunca levanta la vista de ese libro. Siempre está escribiendo, escribiendo, escribiendo.
   — Pues intenta hablar con Takhisis y verás —dijo Hiddukel con gesto desdeñoso—. O está por ahí con Sargonnas, observando cómo los minotauros se machacan la cabeza unos a otros, o está ocupada provocando plagas, hambruna, inundaciones o cualquier cosa que se te ocurra pensar. Ya no tienen tiempo para los de nuestra condición.
   — ¿Qué sugieres que hagamos? Presumo que tienes un plan.
   — ¿Acaso no lo tengo siempre, mi querida amiga amante de los árboles? Si la Neutralidad fuera la fuerza dominante en el mundo, entonces el equilibrio sería constante, jamás se perturbaría. ¿Estás de acuerdo?
   — Supongo que sí —contestó Chislev con cautela, sin confiar en Hiddukel pero incapaz de argumentar en contra de su planteamiento—. Pero no veo qué...
   — ¡Ah! Ve a hablar con Reorx y pídele que cree una gema que guarde en su interior la esencia pura de la Neutralidad. Esta gema servirá de pilar a la posición neutral, que así se convertirá en la fuerza mayor de Krynn, superando a los dos extremos opuestos. Estarán dominados por el centro, incapaces de desviarse mucho de él.
   — ¿Y qué hacemos con esa joya una vez que haya sido creada? ¿Dártela para que la guardes a buen recaudo? —Chislev era una diosa afable, pero tenía tendencia a mostrarse sarcástica, sobre todo con Hiddukel.
   — ¡Cielos, no! —El dios parecía espantado—. ¡No querría tener semejante responsabilidad! Lo más razonable sería entregársela a uno de los vuestros para que la guarde, ¿no?
   Chislev miró a Hiddukel fijamente, pero el dios soportó su escrutinio con una expresión de total inocencia, mostrando una sincera preocupación por el destino del mundo. Se rumorea que la propia Takhisis ha salido perdiendo en muchos tratos con Hiddukel.
   El resultado de esta conversación fue que Chislev salió de su bosque y recorrió el mundo en forma de mortal. Lo que vio le causó gran desasosiego. Forjas de acero ardían al rojo vivo en medio de la noche, los elfos pulían sus recién adquiridas espadas, los ogros hacían prácticas como si cortaran cabezas. Afligida, Chislev decidió que había que hacer algo.
   Se planteó hablar del asunto con su consorte, Zivilyn, el dios que podía ver en todos los planos, en todo momento, futuro y pasado. Pero Chislev sabía por experiencia que era difícil obtener un "sí" o un "no" sin rodeos como respuesta de Zivilyn, que siempre estaba decidiendo una cosa, para después mirarla desde otro ángulo y cambiar de parecer una y otra vez hasta que por fin acababa sin hacer nada.
   Este asunto necesitaba acción, y Chislev estaba decidida a emprender alguna. Fue a ver a Reorx.
   Ninguno de los dioses visitaba nunca a Reorx, una de las razones por las que pasaba tanto tiempo de compadreo con los humanos. Se quedó sorprendido y se sintió complacido por la visita, máxime tratándose de alguien de belleza tan delicada y temperamento tan dulce como Chislev.
   Ella, por su parte, se quedó impresionada por la amabilidad y la atención de Reorx, que iba de acá para allá por su desordenada morada preparando pasteles, tropezando con los muebles, tirando la tetera, ofreciéndole cualquier cosa del universo que deseara tomar.
   Chislev sintió una punzada de remordimiento pues comprendió la soledad del dios, y se reprochó el haber descuidado su trato. Prometiéndose que lo visitaría más a menudo en el futuro, Chislev se tomó el té y planteó su petición.
   Reorx accedió de muy buena gana. ¿Que quería una gema? Pues la tendría. ¡Un centenar de ellas! ¡Las mejores del universo!
   Chislev, sonrojada, contestó que sólo quería una gema, una gema corriente, una gema que guardara en su interior la esencia de la Neutralidad.
   Reorx se atusó la barba y frunció el entrecejo, pensativo.
   — ¿Y qué sería eso exactamente?
   — Vaya, pues... —Chislev parecía algo perpleja—. La esencia de la Neutralidad sería... eh...
   — ¿El Caos? —sugirió Reorx.
   Chislev consideró el asunto, echando miradas a su alrededor con cierto temor, no fuera a ser que el Padre de Todo y de Nada —la encarnación del Caos— estuviera escuchando por casualidad.
   — ¿Crees que podríamos apoderarnos de una pequeña parte? No demasiado, sólo lo suficiente para afianzar la Neutralidad en este mundo.
   — Considéralo hecho, señora —dijo Reorx con magnífico aplomo. ¿Dónde he de entregar esta gema?
   Chislev había cavilado largo y tendido acerca de esto.
   — Entrégasela a Lunitari. Se encuentra más cerca del mundo, y está continuamente involucrada con los mortales y sus acciones. Será la más indicada para guardarla.
   Reorx aceptó, le besó la mano, tropezó con un escabel, derramó la taza de su té y, con el rostro rojo como la grana, se marchó al punto hacia su forja.
   Chislev, disipadas sus preocupaciones, regresó a su bosque de buena gana.
   No se sabe cómo consiguió Reorx apoderarse de un fragmento de Caos e introducirlo en la gema, pero, por lo que ocurrió después, evidentemente fue capaz de hacerlo. Creó lo que llamó la "Gema Gris" y, cuando estuvo terminada, se la llevó a Lunitari para que la guardara a buen recaudo. La diosa se sintió atraída por la gema de inmediato, y la puso en el centro de la luna roja. Rara vez la perdía de vista, pues la piedra tenía el extraño efecto de hacer que cualquiera que la mirara la codiciara.
   Esto incluía, desafortunadamente, al creador de la joya, Reorx. Después de habérsela entregado a Lunitari, el dios se quedó desconcertado al descubrir que había soñado con la piedra todas las noches. Lamentando haberse desprendido de ella, fue a ver a Lunitari y le pidió humildemente que se la devolviera.
   Lunitari rehusó. También ella soñaba todas las noches con la joya y le gustaba despertar y verla brillando en la luna roja.
   Reorx se enfadó y soltó pestes, y finalmente dio con el modo de recuperar la Gema Gris para sí mismo. Adoptó forma de mortal y apareció entre la raza que había creado, los gnomos. Eligió a uno de ellos, cuyas invenciones habían sido de las menos destructivas para la vida, partes del cuerpo y bienes de valor, y le mostró —en un sueño— la Gema Gris.
   Ni qué decir tiene que el gnomo deseó la joya más que cualquier otra cosa en Krynn, con la posible excepción de un destornillador de múltiples cabezas movido por vapor. Como esto último era inalcanzable (estaba atascado por comités), el gnomo decidió apoderarse de la Gema Gris. Qué fue lo que tuvo que hacer está reseñado en otras historias, pero en el intento de recuperación había involucrada una escala extensible, varios tornos y poleas, una red mágica y un pequeño empujoncito por parte de Reorx.
   Baste decir que el gnomo capturó la Gema Gris, apresándola en la red mágica mientras Lunitari estaba al otro lado del mundo.
   — Es justo lo que necesito —dijo el gnomo, mirando la piedra con admiración— para dar potencia a mi cuchilla rotatoria, combinación de cortador de encurtidos y recortador de barbas. —El gnomo estaba a punto de poner la gema en su invento cuando apareció Reorx bajo el disfraz de un colega gnomo y la exigió para sí mismo.
   Los dos pelearon y, durante la trifulca, la Gema Gris se escabulló de la red y escapó.
   Ésta fue la primera indicación de que la Gema Gris era algo más de lo que Reorx, Lunitari, el gnomo o cualquier otro habían imaginado.
   Reorx contempló, pasmado, cómo la joya se alejaba por el aire. Fue en su persecución (al igual que el gnomo y una multitud de parientes suyos), pero ninguno fue capaz de capturarla. La Gema Gris campó por sus respetos por todo Krynn, causando estragos a su paso. Alteró animales y plantas, afectó la ejecución de conjuros de los hechiceros, y se convirtió en un considerable fastidio.
   Para entonces, todos los dioses conocían la existencia de la Gema Gris. Paladine y Takhisis estaban furiosos con Reorx por haberla forjado sin consultarlos primero. Chislev, avergonzada, admitió su participación en el asunto, e implicó a Hiddukel, que se encogió de hombros y se echó a reír escandalosamente.
   Su complot había funcionado. En lugar de reforzar el equilibrio, la Gema Gris lo había desestabilizado aún más. Los elfos estaban planeando declarar la guerra a los humanos, los humanos se preparaban para luchar contra los elfos, y los ogros estaban ansiosos por pelear con todos los contendientes.
   Los gnomos, que habían ido tras la Gema Gris durante décadas, pusieron cerco al castillo de Gargath, quien se las había ingeniado para "capturarla". Tuvieron éxito (accidentalmente) en abrir brecha en las murallas. Los gnomos irrumpieron como una tromba en el patio de armas y alzaron sus anhelantes manos sobre la joya. Un grupo de gnomos exigía que se partiera la piedra allí y en ese mismo momento, pues sentían una gran curiosidad por saber qué había dentro. El otro grupo de gnomos quería cogerla y llevarla de vuelta a su morada y guardarla por su valor.
   Una brillante luz gris iluminó el patio, cegando a todo el mundo. Cuando recobraron la vista, los dos grupos de gnomos se enzarzaron en una pelea. Pero lo más asombroso es que los gnomos ya no eran gnomos. El poder de la Gema Gris los había cambiado, convirtiendo en enanos a aquellos que codiciaban la piedra por su riqueza, y en kenders a los que la querían por simple curiosidad. Los gnomos que se habían quedado fuera de las murallas del castillo trabajando en su último invento —la ballesta giratoria de multitud de disparos, conocida como Ballesta Gatlinga en honor a su inventor, Tornillo Flojo Gatling— resultaron inmunes a los efectos de la luz mágica de la Gema Gris.