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Flint
Todo empezó con Flint.
Flint Fireforge era un Enano de las Colinas, nacido y
criado en las silvestres estribaciones de los montes Kharolis. Su abuelo,
Reghar Fireforge, había sido en el siglo anterior un enérgico
cabecilla de los enanos, a los que capitaneó en una contienda que
más tarde se conocería como la Guerra de Dwarfgate, contra
sus congéneres los Enanos de las Montañas. Después
de la guerra fraticida, los Enanos de las Montañas cerraron las
puertas de Thorbardin al resto del mundo y, por supuesto, también
a sus parientes de las Colinas. Flint creció junto a su familia
en una tierra pobre, rodeada de miseria. Su padre murió joven, dejando
esposa y catorce vástagos. No es de extrañar que el desvalido
huérfano abandonara el hogar en cuanto fue capaz de ganarse el sustento
tras aprender el oficio de su progenitor. Flint se desplazaba
con frecuencia desde su nueva vivienda de Solace, ya que todo el mundo
solicitaba sus servicios como artesano. Una de sus habilidades consistía
en confeccionar encantadores e ingeniosos juguetes, Gozaba de gran popularidad
entre los niños dondequiera que fuese, y los elfos no constituyeron
una excepción. Uno de los muchachos que se arrimaba a Flint para
admirar sus obras era el hijo adoptivo del Orador de los Soles, un semielfo
que respondía al nombre de Tanthalas.
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Tanis
Tanthalas
(o Tanis) fue un chico poco sociable. Nunca conoció a su padre humano.
Su madre, una joven de la raza elfa que fue secuestrada por un anónimo
guerrero en una de las innumerables batallas que libraron ambos pueblos
durante la etapa ulterior al Cataclismo, volvió a casa en el momento
de alumbrar a su hijo y expiró poco después.
Aunque los elfos eran amables en su trato, le daban a
entender en mil detalles que, siendo un bastardo semihumano, nunca pertenecería
a su rígido clan. Flint, que también
se sentía marginado, comprendía al desdichado rapaz, y los
dos pasaban muchos ratos agradables siempre que el enano visitaba el país
de los elfos.
Al entrar en la adolescencia, el conflicto interior de
Tanis no hizo sino agravarse. La inquieta parte humana
de su naturaleza no se adaptaba a la existencia sedentaria, preñada
de estáticas formas de recreo, que tanto gustaban a los elfos. Y,
para empeorar las cosas, Laurana, su amiga de la
infancia e hija del Orador, se enamoró de él. Tanthalas decidió
que haría un bien a todos dejando su patria. No tardó en
encontrar Solace, donde el enano le dispuso una cálida acogida.
Además, el semielfo resultaba útil en la teneduría
de libros, cobro de facturas atrasadas y "rescate" de Flint en las tabernas.
Gracias a él, prosperaron los negocios, y el maestro artesano, muy
satisfecho, lo hizo socio amén de amigo. |
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Kitiara
En la época en que Tanis se instaló
en Solace, una niña de trece años abandonaba el mismo burgo
para vivir azares y experiencias. Tan extraordinaria muchachita era Kitiara.
El padre de Kit, Gregor Uth Matar, era un guerrero fornido,
de diabólica apostura, procedente de una familia noble de Solamnia.
Consumado espadachín y ajeno al miedo en el combate, le hacían
a menudo suculentas ofertas. Gregor no volvió a pisar su tierra,
y comenzó a flirtear con mil mujeres en sus vagabundeos, pero siempre
cuidando evitar las relaciones demasiado estables hasta que tuvo la desgracia
de enamorarse perdida y apasionadamente de la frágil y delicada
hija de un mercader de clase media afincado en la ciudad de Haven, con
quien tendría su única hija Kitiara. Temperamental,
terca y de talante aventurero, Kit se percató a una edad temprana
de que su quebradiza madre no tenía autoridad sobre su persona.
Ella profesaba a su progenitora poco amor y menos respeto, mas adoraba
a su padre. Cuando Gregor le trajo una espada de madera de una de sus expediciones,
la niña mostró tanto interés por el regalo e hizo
gala de tanta pericia, que el hombre se tomó el tiempo necesario
para enseñarle a manejarla como es debido. Desde aquel día,
las muñecas y las labores domésticas quedaron arrinconadas.
A los siete años, Kitiara presenció su primera
batalla. Le encantó la vida en el campamento. El espectáculo
de la refriega, que vio desde una loma, la llenó de excitación.
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Caramon y Raistlin
Cuando Kitiara tenía ocho años,
su madre dio a luz dos hijos gemelos en segundas nupcias con Gilon Majere.
Uno de ellos, Caramon, fue un bebé fuerte y sano. Pero el otro,
al que impusieron el nombre de Raistlin, estuvo en un tris de morir al
nacer. Rosamun pasó meses enferma después del doble parto.
Recayó, por consiguiente, en Kit la tarea de ocuparse de sus hermanastros,
en particular del más débil.
En tales circunstancias, el primer rival al que tuvo que
combatir la muchacha, y antes de lo que imaginaba, fue la muerte. Raistlin
empeoraba a ojos vistas. No había ya en el mundo clérigos
con virtudes sanadoras, puesto que se habían esfumado al estallar
el Cataclismo. Kitiara atendió al niño enfermizo a todas
horas, sin tregua, forzándolo a vivir a través de su propia
voluntad de sacarlo adelante. Venció. Aunque nunca
fue robusto ni gozó de excesiva salud, Raistlin se salvó.
Un día, poco antes del quinto cumpleaños
de los gemelos, Gilon llevó a los tres jovencitos a la Feria de
la Luna Roja, una festividad que se celebraba anualmente en Solace. En
aquella jornada actuaba Waylan, el ilusionista local. Había en su
repertorio unos cuantos trucos de prestidigitación y hasta alguno
que otro hechizo de auténtica magia. Raistlin permaneció
sentado, en absoluto mutismo, pendiente de la demostración del mago.
No se separó del artista en todo el día y vio su número
una y otra vez. Por la tarde, de regreso a casa, Gilon quedó petrificado
al comprobar que su hijo realizaba a la perfección todos y cada
uno de los juegos de artificio de Waylan.
Cuando Raistlin cumplió seis años, fue conducido
a presencia de un reputado maestro de hechicería que vivía
cerca de Solace. En un primer momento, el rapaz no causó una impresión
favorable. Era de esos niños que hacen sentir incómodos a
los adultos, mirando fijamente como si desnudara sus mentes. Mientras Gilon
y el hechicero debatían su admisión, Raistlin se había
esfumado. Lo encontraron arrellanado en una confortable butaca y con un
enorme libro abierto sobre sus rodillas. Cuando pronunció uno de
los conjuros, el hechicero quedó completamente convencido y Raistlin
fue admitido sin más trámite.
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Tasslehoff
Menos de una semana después de la marcha de Kitiara,
apareció en Solace un kender llamado Tasslehoff Burrfoot, quien
transportaba un equipaje compuesto por una caja atestada de mapas y una
variopinta colección de artículos, demasiados para enumerarlos,
que había "adquirido" en sus vagabundeos a través de todo Ansalon.
En las Fiestas de Primavera, Flint
se preparaba para vender sus obras de artesanía. Al pasar junto
al quiosquillo, el kender hizo un alto a fin de admirar la exquisita mercancía.
Como todos los de su raza, Burrfoot reconocía el trabajo bien hecho
con sólo verlo. Tas se colocó una pulsera que le había
cautivado desde que la vio. Se ajustaba a su brazo como
hecha a medida: era obvio que estaba confeccionada para él. Por
desgracia, cuando iba a devolverlo, un malabarista ambulante empezó
a hacer gala de sus facultades en un lugar próximo y, según
su versión, el kender quedó tan ensimismado que lo siguió.
De repente, alguien vociferó a su espalda:
— ¡Al ladrón!
Tanis, que regresaba de la posada,
vio un corrillo de personas junto al puesto de Flint. No era el tipo de
muchedumbre que atraía al semielfo, gentes que señalaban
y fisgaban. Tras abrirse camino entre los curiosos, encontró a Fireforge
temblando de pura ira y tratando, al parecer, de retorcer el brazo de un
kender hasta descoyuntarlo, a la vez que pedía auxilio a los vigilantes
con toda la potencia de sus pulmones. |
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Sturm
Hickman explicó en una ocasión que al noble Solámnico
se lo había bautizado con el nombre de Santos Silverblade. Sin embargo,
éste era un personaje destinado a ser un héroe trágico
desde el comienzo de la historia, y, por ello, les pareció a los
autores que debía responder a un apelativo más firme y severo
que recordara al adjetivo inglés stern, el cual designa estas
cualidades. Stern derivó en Sturm, que encajaba perfectamente
con sus características.
Sturm siempre dijo de su padre que era un caballero de
cuerpo entero: no corría por sus venas sangre impura, no incurrió
en el latrocinio ni en la vida al margen de la ley. Cuando se hizo demasiado
peligroso refugiarse en la mansión Brightblade, les mandó
a él y a su madre al sur, donde sabía que estarían
a salvo hasta que se calmaran las cosas.
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Tika
En los principios se había pensado en que Tika fuera una
de las protagonistas de la saga, pero la doncella del Último Hogar
fue transferida a un segundo plano debido a la excesiva cantidad de héroes
que participaban en la aventura. Sin embargo, los autores estaban de acuerdo
en que la pelirroja, impulsiva y temperamental Tika era la horma del zapato
de Caramon, quien, sin el apoyo y comprensión
de su tenaz esposa, nunca habría superado la grave degradación
que lo abruma en los primeros capítulos de las leyendas.
Los orígenes de Tika son bastante oscuros. El prestidigitador
Waylan fue su padre, hasta que decidió abandonarla a su suerte cuando
no tenía más que catorce años. Otik, el dueño
de la posada El Último Hogar, la adoptó y crió
como su propia hija. |
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Laurana
Cuando el lector conoce por primera vez a Laurana, ésta
encarna el carácter pueril y egoísta de un pueblo que está
ciego ante las luchas del mundo contra el Mal. No obstante, a través
de su amor por Tanis, Laurana descubre la valía de otras personas
aunque no pertenezcan a su raza.
La princesa elfa debe madurar deprisa, quizás en
exceso. Los autores confiesan que fue complicado darle verosimilitud a
su rápida evolución de niña mimada a general de los
ejércitos. Dicha evolución queda patente cada vez que de
ella se relata algo, desde el reencuentro de Laurana con el semielfo.
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Goldmoon y Riverwind
Riverwind y Goldmoon, los dos bárbaros de la tribu
que-shu, habían de ser los auténticos protagonistas
del relato El Retorno de los Dragones. Pero al darse cuenta los
autores de que su romance amoroso se resolvía al final del primer
tomo, y dado que la serie requería personajes en incesantes vicisitudes
físicas y morales, se alteraron los planes.
El idilio entre una Princesa del más alto rango
y un súbdito de su reino bárbaro era en extremo atractiva.
Riverwind no conseguía olvidar que debía vasallaje a su dama,
ni ella podía desprenderse de su condición de Princesa, aunque
lo intentaba. Bajo su capa de mujer fuerte se encuentra una muchacha insegura,
que se parapeta tras su dignidad de "Hija del Cheftain" a fin de disimular
sus flaquezas.
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